martes, 5 de diciembre de 2006

Pueblos

PUEBLOS
Pueblos. Una historia de abandonos
Las pequeñas localidades rurales del partido de Tres Arroyos, al igual que la mayoría de los poblados similares de la República Argentina, surgieron y crecieron en torno a las estaciones del ferrocarril cuando éste se extendió por el territorio nacional debido a la necesidad de contar con un medio para transportar la producción de cada región al puerto de Buenos Aires.
La prosperidad de la economía Argentina de otros tiempos, basada en la importancia y el valor de los campos situados en zonas como Tres Arroyos, dio lugar a que los pueblos rurales tuvieran un desarrollo significativo. El aumento de su población estable y la creciente circulación de personas impulsó en su momento la instalación de servicios educativos básicos, la apertura de lugares para alojamiento, el nacimiento o la radicación de sucursales de cooperativas de productores agropecuarios, la llegada de servicios de primeros auxilios médicos, la construcción de viviendas y, en algunos lugares, hasta posibilitó la edificación de iglesias semejantes a las existentes en ciudades medianas y grandes.Sin embargo, los tiempos de bonanza sufrieron un primer golpe mortal cuando, a causa de la desidia que ha caracterizado a los gobernantes argentinos a lo largo de la historia, el sistema ferroviario, que estaba en manos del Estado, se tornó obsoleto y empezó a perder terreno frente al transporte carretero, el cual contaba con camiones con una mayor velocidad de traslado y buena capacidad de carga.
Esta situación crítica podría haber sido aprovechada para renovar una red vetusta y recuperar la competitividad perdida, pero, por el contrario, se convirtió en la excusa perfecta que hallaron los ineficaces dirigentes nacionales para justificar el abandono al que sometieron a los trenes y, más tarde, su posterior concesión al sector privado, la cual fue promocionada como la solución a todos los problemas pero en los hechos significó la desaparición definitiva del servicio en casi todo el país.
Al quedar virtualmente paralizada la red ferroviaria las personas que trabajaban o dependían de alguna forma de ésta fueron dejando paulatinamente las poblaciones rurales para trasladarse a centros urbanos y, en consecuencia, las construcciones pertenecientes al ferrocarril -galpones, salas de espera de pasajeros, boleterías, casas del personal, etc- quedaron abandonadas. El éxodo también dejó varias viviendas cerradas y a sus propietarios con pocas esperanzas de poder venderlas o alquilarlas, ya que nadie busca una casa en lugares donde desaparecen las oportunidades de emplearse y crece el aislamiento -las localidades rurales se encuentran alejadas varios kilómetros de las carreteras importantes y el tren también era la única vía de conexión directa con ciudades más grandes-.A pesar de la situación, los pobladores que tenían algún tipo de vínculo con las tareas campestres o que prestaban servicios al sector permanecieron en los pueblos. Pero el golpe de gracia vino a darlo la interminable (y no casual) crisis económica de nuestro país.
Poco a poco la producción agropecuaria se convirtió en un negocio de escasas o nulas ganancias para quienes no tuvieran una importante cantidad de tierras. Esto generó desempleo entre los obreros campesinos, produjo el cierre de cooperativas e hizo que un gran número de pequeños y medianos productores vendieran sus campos a grandes capitales o que los arrendaran bajo condiciones muy poco favorables. El resultado fue una nueva migración hacia la ciudad.Actualmente, las aldeas rurales sufren un creciente deterioro y la constante huída de sus habitantes. Sin embargo, no todo el mundo ha podido irse. Hay quienes permanecen en los pueblos porque saben que no tienen chances de reinsertarse en el sistema económico en los centros más poblados debido a que sólo conocen sobre tareas de campo, porque ya son demasiado mayores, o porque para poder marcharse deben vender o alquilar la vivienda que poseen, lo cual es imposible a causa del cuadro descripto.
Por otra parte, aún en su estado de dejadez, las localidades suelen recibir nuevos habitantes, aunque no todos se instalan en forma definitiva. En general, se trata de trabajadores que pierden sus empleos en el campo o de personas que escapan de la miseria y la marginalidad que padecen en las áreas urbanas. La mayor parte de ellos carece de vivienda e ingresos fijos, por lo que es común que ocupen las ruinosas construcciones del ferrocarril y las conviertan en su hogar.
Asimismo, existen pueblos en donde las edificaciones de clásico estilo inglés del antiguo Ferrocarril General Roca -nombre que tenía la desaparecida empresa estatal que operaba en la región sur del país- fueron parcial o totalmente recicladas y convertidas en capilla, biblioteca o lugar de recreación, todo ello merced a la buena voluntad y al esfuerzo que han puesto los pobladores para mejorar el aspecto del espacio donde viven. Sin embargo, son mayoría los lugares donde las mencionadas construcciones exhiben los despojos que produjeron el abandono, los temporales y la propia mano del hombre.
Al ver las fotografías que se adjuntan en Villa Rodríguez (Barrow), San Mayol, Claudio Molina, Lin Calel, La Sortija y Vásquez, las seis localidades rurales más pequeñas del partido de Tres Arroyos, que a su vez son representativas de muchas otras a lo largo y ancho del país, la idea era documentar el abandono que estas comarcas habían sufrido como consecuencia de lo mencionado.
Sin embargo, luego de haber visitado regularmente durante quince años los pueblos nombrados, advertí que en parte estaba equivocado en cuanto a su futuro. Hoy pienso que, si se continúan aplicando en Argentina políticas económicas que no alienten una distribución equitativa de las riquezas, éstos sitios proseguirán derruyéndose a causa de la desidia, pero ya no estoy tan seguro de que vayan a quedar despoblados, es muy probable que se transformen en asentamientos de gente marginada por quienes sostienen un sistema económico perverso, que ha convertido todo y a todos en material descartable.
Autor